lunes, 26 de marzo de 2012

Delirio

Me siento en sus piernas, lo miro a los ojos. Me gusta jugar.
Me acerco a su boca, y a dos milímetros de distancia nada más, soplo. Solo eso, y me voy. Me paro, bailo, salto.. bailo. 
Bailo y lo miro fijo. Recorro mi cuerpo con mis manos..haciendo una linea desde la cabeza, que baja por mi cuello, mi pecho.. mi panza..y podría seguir bajando seguida por sus ojos, pero no. 
Me freno y sigo bailando. 
Doy vueltas con tanto alcohol que me está explotando la cabeza.. Con las mejillas ruborizadas por ser el centro de la atención. 
En el bar no hay más que dos o tres personas, pero todos me miran a mi, o eso siento en mi delirio. Y él, él me mira a mi, y eso es todo lo que realmente importa.
Podría dejar de jugar, debería hacerlo, pero no quiero. Y él sentado con su vaso en la mano no me pierde el rastro ni por un segundo. Él también quiere que juegue, que lo tiente.
Que terminemos enredados, enganchados, encamados. ¿Eso querés?
Lo sé, y lo llamo. Y me responde y se rie y yo también.
Lo invito a bailar, y me agarra de la cintura y mi cabeza da vueltas y el bar da vueltas, y nos acercamos extasiados...

lunes, 12 de marzo de 2012

Orquídea Negra

Me siento en el sillón de lo que solía ser nuestra sala. Miro la lluvia caer, arrastrando todo a su paso. Enciendo un cigarrillo sin realmente prestar atención, uno de los tantos hábitos que adquirí al perderte, con la esperanza de que acorten mi agonía.

Estaría feliz de seguirte, pero ¿podría Dios perdonarme si lo hiciera? ¿Podría obtener su misericordia? En realidad no importa, ya estoy muerto en vida, solo una corteza vacía. Esto es realmente el infierno. Y más allá, la nada se abre como un abismo frente a mi alma. Adentro mío sé que la vida ya no tiene sentido, que perdí mi razón de ser. Se fue con tu último aliento. Doscientos cincuenta días que se elongan y juegan con mi mente, agitando mi vacío. Si al menos hubiera podido despedirme. Doscientos cincuenta días y cada segundo duele más, como si se me clavaran en medio del pecho.

Ya ni siquiera salgo de casa más que para hacer algunas compras porque no vale la pena. Por suerte mi trabajo solo requiere una computadora y mis jefes son tan indulgentes como para dejarme hacer todo desde casa.

Suerte… Me río amargamente de solo pensar en esa palabra. Nada de lo que dejaste atrás es suerte. Tal vez un castigo kármico, una pesadilla de la cual mi tortuosa mente no me deja escapar… Cualquier cosa menos suerte.

Los recuerdos se vuelven más vívidos en vez de desvanecerse. En este momento… te veo sentada del otro de la sala, leyendo un libro. Levantás la mirada y sonreís de esa manera que solía hacerme sentir tan cálido, tan completo… pero ya no siento nada.

Te levantás, y tus pasos ligeros te arrastran a la cocina comentando lejanamente algo de una torta. Es casi como si realmente pudiera oír tu voz. Mañana es mi cumpleaños y es tu costumbre desde que estamos juntos hacer algo para mí. Te sigo con la mirada vacía, rezando porque todo dure un poco más, porque no te desvanezcas tan rápido entre mis dedos esta vez. Cada segundo se arrastra ocioso, enredándose en tu pelo, estirándose, balanceándose como un equilibrista hacia su fin.

Extrañada de mi quietud te das vuelta para cuestionarme, para acariciar mi mejilla con ternura en tus ojos, y desaparecés en el aire, dejando una leve estela de tu perfume, que tan solo yo puedo percibir.

Siento como todo vuelve a deshacerse alrededor mío. Aunque sé que no puede ser de otra manera, un ataque de pánico sacude mi consumido cuerpo una vez más. Empiezo a respirar rápidamente, sin conseguir ni una vez que realmente ingrese aire a mis pulmones. Mi pulso se acelera hasta ser lo único en lo que soy capaz de concentrarme, sintiendo los latidos desesperados de mi corazón aturdiendo mis oídos. Mi visión se oscurece, mi cuerpo tiembla y llega la única seguridad con la que cuento últimamente… El piso frío contra mi cuerpo.

Me acurruco sobre mi mismo, intentando refugiarme de todo lo que pueda existir por fuera de mi zona segura. Las lágrimas fluyen de mis ojos sin que siquiera intente detenerlas. Antes hubiera sentido vergüenza de mi mismo… Ahora ya ni siquiera importa. No hay nada más que esto.

Me quedo así largo rato, sintiendo cómo mi cuerpo se entumece y con él mis emociones. No puedo calcular cuánto tiempo pasa, solo sé que cuando consigo levantarme el cielo está profundamente negro, como si la muerte estuviera mirándome directo a los ojos desde el otro lado del vidrio.

Voy a nuestra habitación, ese lugar que ya casi nunca piso. Un templo para idolatrarte, para darte cada una de mis lágrimas como ofrenda. Solo recostarme en la cama desata un torbellino de recuerdos. No los detengo, como estuve intentando hacer todos estos meses. Simplemente los dejo golpearme, rezando porque me devoren de una vez por todas.

Recuerdo el color de tus mejillas cuando me confesaste que también me amabas. Recuerdo el primer beso, el sabor de tus labios. Una sutil mezcla de cerezas y tabaco. Apenas los rocé por primera vez, algo se encendió adentro mío, algo que nunca antes había existido… una necesidad de estar atado a vos irrevocablemente.

Cierro los ojos, dejando que otro recuerdo se apodere de todo lo que soy… Te veo parada frente al ventanal abierto de par en par, el olor de las orquídeas que pusiste en el balcón entrando con el viento del atardecer. Los últimos rayos de sol tocan tu mejilla, y se reflejan en una única lágrima que muere en tu boca. Es la primera vez que te veo llorar. Hace pocos meses que estamos juntos. Siempre parecés tan feliz que no puedo ni siquiera empezar a sospechar el enorme dolor que se esconde bajo tus formas. Pero en ese pequeño acto que emana de tus ojos lo comprendo de alguna manera... Me acerco a vos y te abrazo fuerte, besando suavemente tu mejilla, la línea de tu mandíbula, el costado de tu cuello.

Me mirás con ojos que suplican mucho más de lo que podrías alguna vez vociferar, y lo único que escapa de tus labios es “amame”. Y yo sonrío porque no es necesario que lo pidas. Ya te amo con cada partícula de mi ser. Siempre lo hice, desde el primer momento en que te tuve cerca, desde el primer momento en que intercambiamos miradas… Desde ese momento fuiste todo lo que dio sentido a mi mundo, fuiste el centro sobre el cual gravitaba inconscientemente.

De nuevo siento mi pecho estrecharse, y empiezo a respirar agitadamente en busca de aire. Cuando consigo calmar ese ataque de pánico que se asoma, un profundo sopor cae sobre mí y me muevo solo lo suficiente para taparme con una sabana y acurrucarme sobre un costado, dejando mis lágrimas caer. Necesito que llenes cada rincón de mi mente, necesito encontrar una forma de no olvidar, de no olvidarte. Un último pensamiento antes de que mi mente se apague… Tus ojos fijos en los míos.

Me despierto transpirando. De nuevo mis pesadillas, de nuevo te veo entre mis brazos mientras te pierdo. Miro el reloj. Son las 7 de la mañana. Siempre son las 7 de la mañana. Parece que mi vida estuviera en una pausa indefinida. Pero no lo está. Hoy es mi cumpleaños. Doscientos cincuenta y un días y definitivamente este es el peor de todos. Ojalá pudiera volver a dormir, volver a soñar, volver a tenerte en mis brazos.

Mi psiquiatra dice que todo esto sería más fácil si tomara las malditas píldoras que me recetó… Pero no puedo arriesgarme a dejar de sentirte cerca, tengo tanto miedo de estar solo.

Me levanto de la cama, sabiendo que es imposible que vuelva a cerrar los ojos, y me preparo un té. El sol está elevándose en el horizonte muy lentamente, como si quisiera prender fuego todo lo que se atreve a interponerse en su camino. El tiempo pasa como una mancha borrosa frente a mis ojos, como cada día.

Son las 8 de la mañana y el portero deja pasar una carta por debajo de la puerta. Voy a recogerla sin prestarle mucha atención. No espero ninguna carta importante a esta altura del mes. La doy vuelta para ver el remitente y mis manos empiezan a temblar. Es tu letra, estoy seguro. No podría confundirla. Abro el sobre. Una sola hoja delgada descansa adentro, y en ella un dibujo de una orquídea negra con la palabra “inevitable” flotando debajo. Por primera vez en meses un calor se expande por mi cuerpo. No sé cómo te las arreglaste para hacérmelo llegar, pero sé que este es un mensaje para calmar mi dolor. Me devolvés la primera flor que te di junto con las palabras que vos me regalaste aquel día. No fue casualidad que nos conociéramos, ni que me enamorara por primera vez en mis 26 años de existencia. No fue casualidad que te perdiera, aunque ahora me quiebre de dolor. Y no es casualidad que siga viviendo por los dos.

En este mundo no existen las casualidades. Solo sucede lo que es inevitable.

viernes, 10 de febrero de 2012

Nada había cambiado

El hombre estaba sentado en el medio de una habitación vacía. Sus párpados caían pesadamente y no conseguía mover su cuerpo inerte. La paranoia, el miedo, los temblores. Todos estos sentimientos irracionales lo habían forzado a encerrarse en una pequeña habitación sin luz.
Había llevado alimento y bebida, pues se negaba rotundamente a salir. Los maníes y el vino le duraron doce días a razón de un maní y un sorbo de vino por día.
Era el día trece, su estómago protestaba hambriento y él pretendía escuchar. Los segundos pasaban lentamente y él asesinaba sus terribles pensamientos y ahogaba sus sollozos. No deseaba seguir existiendo, pero la oscuridad había agitado su coraje. No era capaz de escapar de ese círculo vicioso llamado vida.
Las palabras asomaban tímidamente en su vacío y le decían que saliera, pero el hombre temía. El miedo lo frenaba.
Lentamente y con esfuerzo consiguió levantarse y mirarse en el espejo, apenas iluminado por el único rayo de luz que atravesaba la persiana. Su aspecto era tan deplorable que rompió a llorar.
Y de la nada fue recordando todas sus tardes en el exterior, preguntándose si alguien lo extrañaría, si algo habría cambiado por su ausencia. Y de repente, las fuerzas que había conseguido para levantarse se desvanecieron y lo dejaron tumbado, en el suelo, inconsciente.
En el exterior había comenzado a llover, pero nada había cambiado. 

Oscuros Secretos

Hay pequeñas cosas que nadie sabe de mí, que jamás me atrevería a explicar, esperando desde el principio la horrorizada mirada que me darían.
Esos pequeños secretos oscuros de mi mente, que me comen en determinados momentos, apoderandose de todo lo que realmente soy.
A veces incluso dudo si esto es lo que soy, o si es solo una máscara perfectamente pulida para engañar, para olvidarme de lo que realmente se esconde por debajo.
Los momentos en los que "olvido" comer, sintiendo con placer mi estómago crujir... Sabiendo que si nadie me lo impidiera podría matarme de hambre por días solo para sentir el dolor, la falta de fuerzas... Esa sensación de la muerte apoderándose de todo lo que existe.
La forma en que me lastimo cuando algo me supera, cuando siento dolor, o rabia, o tristeza... Sin dejar marcas, conscientemente evitando que alguien lo vea, evitando que alguien intente detenerme.
La certeza inequivoca de que podría herirme profundamente si estuviera sola, de que algo está torcido en mi mente... Y tambien la certeza de que de ninguna manera querría detenerlo.